La comunidad del seminario

La vida comunitaria es un instrumento ineludible en la formación de quienes deberán, en el futuro, ejercitar una verdadera paternidad espiritual.

D. Francisco Ortiz Gómez

Director Espiritual del Seminario

 

SEMINARISTAS CON ESPÍRITU PARA SERVIR COMO PASTORES

En estos tiempos tan hiperconectados, como líquidos,  el Seminario diocesano está llamado a ser casa de espiritualidad. Ante el déficit de interioridad en la sociedad, los seminarios tienen por delante el reto de ser espacio de participación y comunión para la misión. Esto no es posible sin espiritualidad específica  que procure la renovación de los nuevos planteamientos vocacionales para  los jóvenes – partiendo de Christus Vivit-  presentando con claridad unos planteamientos que ayuden a los futuros sacerdotes al servicio de una nueva forma  de ser y hacer en la Iglesia. Lo que vamos llamando sinodalidad.

La espiritualidad del seminarista es un modo concreto de vivir la fe en un proceso donde el candidato tiene que ir verificando y clarificando la llamada específica del Señor para llegar a ser “pastores misioneros”, según indica el Plan de formación para los Seminarios de España de 2020. Identificándose con un estilo propio de orar y relacionarse; donde intuyan que hay vetas espirituales que tendrá que descubrir, acompañados y en discernimiento, hasta llegar al sacerdocio y más allá.

La espiritualidad del Seminario tiene que ser tan humilde como realista. Seminario es poner cimientos –tarea tan artesana como fundamental- y soñar el edificio que se construirá con piedras vivas a lo largo de muchos años.  Para ello es necesario que el llamado al sacerdocio diocesano y secular, se vaya empapando de confianza, sabiendo que el momento presente encierra en sí una llamada no al optimismo, pero sí a la confianza en Dios. Es, igualmente necesaria, la fidelidad al estilo de Jesús que no es el éxito inmediato. Hoy hemos de pedir la gracia de la fidelidad ante los cansancios para responder al… “llevamos tanto tiempo faenando sin pescar casi nada” (Lc 5,5). La  vida espiritual debe enseñar a los seminaristas que siempre hemos de seguir echando las redes, conscientes de que se nos pide ante todo fidelidad. Por eso es necesario vivir con espíritu el sentido y alcance de nuestra responsabilidad. No tenemos toda la culpa del debilitamiento de nuestras comunidades, ni de la  apatía religiosa de muchos, ni de las ausencias y falta de vocaciones. Pero sí hemos de reconocer que debemos equiparnos por dentro para todo ello. La dimensión espiritual del Seminario debe iniciar a conjugar la paciencia pastoral. Los tiempos de cambio son lentos y laboriosos. Las prisas suelen interrumpir los procesos, en lugar de madurarlos. Por eso nos es necesaria la paciencia espiritual y pastoral, hija de la esperanza orante y activa.

El aprecio de lo pequeño junto con la sintonía y no distancia, ya que Dios se ha hecho cercano en Jesucristo, deben estar muy presentes en la vida espiritual. Nuestros seminaristas están llamados a prolongar en la historia esta cercanía al estilo de San Pablo cuyo secreto está en hacernos “todo para todos a fin de ganar siquiera a alguno” (1Cor 9,22). Cultivando la compasión más que la condena ya que “Dios no envió su Hijo al mundo para condenarlo, sino para salvarlo por medio de él” (Jn 3,17) Esto nos ha de llevar a ser más compasivos que críticos, más misericordiosos que censores; más azúcar que azucareros, más sal que salero y, siempre humildes para confesar nuestro pecados y para acoger a los pecadores.

Espiritualidad que les lleve a tener tiempo para compartir; para integrar la libertad, la verdad y la caridad. Para que todos puedan crecer en comprensión, a través del diálogo. Es necesaria la humildad en la escucha que debe corresponder a la valentía en el hablar. Seminaristas que sepan acoger lo que dicen los demás como un medio a través del cual el Espíritu Santo puede hablar para el bien de todos (1 Cor 12,7)

El diálogo desde la espiritualidad debe llevar al seminarista a la novedad de poder cambiar opiniones a partir de lo que hemos escuchado de verdad en los demás. La vida espiritual auténtica nos conduce a la apertura a la conversión y al cambio, abandonando actitudes de autocomplacencia y comodidad. Los seminaristas hoy deben ser signos de una iglesia que escucha y está en camino sinodal como un nuevo modo de ser y hacer en la Iglesia. No deben recurrir a respuestas prefabricadas ni a juicios preestablecidos. Dejando atrás los prejuicios y los estereotipos que nos llevan por el camino equivocado, hacia la ignorancia y la división.

Una sana espiritualidad diocesana y secular nos debe orientar a superar la plaga del clericalismo; a combatir el virus de la autosufiencia. Todos estamos en el mismo barco. Juntos formamos el Cuerpo de Cristo. Dejando a un lado espejismos los seminaristas pueden aprender unos de otros, caminar juntos y estar al servicio de los demás.

El Plan de formación para los seminarios de España en su número 186, nos recuerda dos parcializaciones a evitar, el denominado “neopelegianismo” o esfuerzo ascético sin gracia y el “neognosticismo o espiritualidad sin carne. Dos retos para la formación espiritual en el Seminario. Superemos las ideologías. Hagamos nacer la esperanza. Los seminaristas están llamados a ser faros de esperanza y no profetas de desventuras. Estamos en un  momento de la Iglesia para soñar y “frecuentar el futuro”. Desarrollemos nuevos enfoques con creatividad y cierta dosis de audacia. Tiempos de Sínodo y de nuevo Plan Pastoral diocesano 2022-2025.

La espiritualidad del Seminario debe ayudar a entender el “caminar juntos” o recorrer el camino que Dios espera de la Iglesia en el tercer milenio para ello hay que crecer espiritualmente como persona para servir desinteresadamente como pastor ¡Ánimo! En esta larga marcha.

 

Francisco Ortiz Gómez.  Director Espiritual del Seminario